Ni esto ni aquello
Esencialidad: tal es la naturaleza de las cosas
Esencialidad (tathata) consiste en vivir en este mundo y con este mundo tan profundamente que el mundo desaparezca y tú te conviertas en la esencia. Y la actitud que la caracteriza e identifica es la aceptación: vivir sin conflictos ni quejas desde el discernimiento de la naturaleza de las cosas… Es viviendo así como, de pronto, acontece la transformación. Mientras estés luchando, tu energía se divide. Pero una vez que aceptas, se hace una en tu interior y la propia liberación de energía se convierte en una fuerza curativa que no viene de afuera. Es así como la esencialidad incide sobre la enfermedad física, la mental y, finalmente, la espiritual, aunque lo aconsejable es empezar por el cuerpo y, si tienes éxito con él, intentarlo en los otros niveles.
Cuando algo vaya mal en el cuerpo, relájate y acéptalo. Di para tu interior, sintiéndolo intensamente: “Tal es la naturaleza de las cosas”. Si las cosas que han nacido tienen que morir, algunas veces tendrán que enfermar. … Acéptalo, no te identifiques con ello. No hay de qué preocuparse: no te está ocurriendo a ti; está sucediendo en el mundo de las cosas… Cuando no luchas, transciendes. La aceptación es la transcendencia. Y esta transcendencia se convierte en una fuerza curativa. De repente, el cuerpo empieza a cambiar.
Lo mismo ocurre con las preocupaciones mentales, las tensiones, las ansiedades, la angustia… ¿A qué se debe que te preocupe algo? A que no puedes aceptar el hecho porque tienes algunas ideas que imponer a la naturaleza. Por ejemplo, te estás haciendo viejo y eso te preocupa. Te gustaría permanecer siempre joven; ahí está la preocupación… ¿Qué es lo que muestras con tus preocupaciones? Que no puedes aceptar lo que está ocurriendo.
El mundo de las cosas es un flujo y en él nada es permanente. Si esperas permanencia de un mundo donde todo es impermanente, te crearás preocupaciones. Por ejemplo, te gustaría que este amor fuera para siempre. Sin embargo, nada puede serlo en este mundo; todo es momentáneo. Esta es la naturaleza de las cosas, su esencia. Bien… Ahora sabes que ese amor ha acabado y ello te causa tristeza. Vale, acepta la tristeza. Si estás tembloroso, acepta el temblor; si te apetece llorar, llora. ¡Acéptalo! No lo reprimas, no disimules, no trates de fingir. No puedes luchar contra los hechos, acéptalos.
Y si lo haces gradualmente, estarás constantemente dolorido y sufriendo. Pero si los aceptas sin queja alguna, no desde la impotencia, sino desde la comprensión, se vuelven esencialidad. Entonces ya no estás preocupado, ya no hay problema, porque el problema no era causado por el hecho en sí, sino debido a que no podías aceptarlo de la forma en que estaba ocurriendo: querías que fuera a tu manera.
La vida no va a ser como tú quieras
La vida no va ser como tú quieras, sino como la propia vida quiera. Y ante este hecho cierto, tú mandas. Si lo rechazas, sufrirás. Si lo aceptas desde la consciencia, tu vida se convertirá en éxtasis… También Buda tuvo que morir, pero lo hizo feliz al ser consciente de que lo que ha nacido tiene que morir: el nacimiento implica la muerte; así son las cosas. Si mueres preocupado y sintiéndote desdichado, te perderás lo que la muerte puede ofrecerte, la gracia que se manifiesta en el último momento, la iluminación que sucede en el tránsito. Mueres; morirás muchas veces y seguirás perdiéndote lo mejor de ello.
Si puedes aceptar la muerte, abres la puerta del tránsito con una bienvenida en tu corazón. Y la calidad del fenómeno cambia inmediatamente. De repente eres inmortal: el cuerpo se está muriendo, pero tú no. Ahora puedes darte cuenta de que sólo se abandona la vestimenta, no el contenido; el coche en que has encarnado para vivir la experiencia humana, no el conductor, no la consciencia, que permanece en su iluminación; y más aún, porque en la vida muchas fundas la cubrían, pero en la muerte está desnuda y libre.
No obstante, para esto hay que embeber la actitud de la esencialidad, no un mero pensamiento mental o una filosofía: tu vida entera ha de transformarse en esencialidad. Ni siquiera hace falta que pienses en ello: sencillamente se vuelve algo natural… Comes en esencialidad, duermes en esencialidad, respiras en esencialidad, amas en esencialidad, lloras en esencialidad… Se convierte en un hábito y no necesitas preocuparte por ello… Es tu forma de ser… ¡Aceptas!
Es cierto que el término “aceptar” conlleva cierta carga -por ti, no por la palabra- porque sólo aceptas cuando te sientes impotente, cuando no puedes hacer nada… En el fondo todavía deseas; piensas que de haber sido de otra forma hubieras sido feliz, pero ¡qué le vas a hacer! Lloras desconsoladamente y pasas muchas noches preocupado, con pesadillas y sufrimientos... Finalmente, el tiempo es el que te cura, no la comprensión. Y el tiempo es necesario sólo porque no comprendes, sino te curarías inmediatamente.
Así que, poco a poco, las cosas se difuminan, se pierden en la memoria cubiertas por el polvo. Y todavía algunas veces duele la herida porque vas cargando con el pasado… Fuiste niño; el niño todavía está ahí. Luego un muchacho; el muchacho todavía está ahí con todas sus experiencias… Capa sobre capa, todo está ahí. Es por eso que en ocasiones retrocedes: si te ocurre algo y te sientes desamparado, empiezas a llorar como un niño. Has retrocedido en el tiempo, el niño ha salido a la superficie. ¿Por qué llevamos toda esa carga? Porque en realidad nunca aceptas nada. Si aceptas el fenómeno, la situación, la vivencia o el hecho no quedará nada con lo que cargar. Pero si aceptas porque te sientes impotente, cargarás con él… Cualquier cosa que esté incompleta permanece para siempre como una carga; cualquier cosa que esté completa se abandona. Porque la mente tiene una tendencia a cargar con las cosas incompletas con la esperanza de que algún día surja la oportunidad de completarlas. Aún esperas que regresen los días que ya se han ido. No has transcendido el pasado. Y a causa de ese pasado tan pesado, no puedes vivir en el presente.
Cuando aceptas en esa actitud de esencialidad no hay rencor, no te sientes impotente. Sencillamente entiendes que así es la naturaleza de las cosas. Por ejemplo, si quiero salir de una habitación lo haré por la puerta, no atravesando la pared. Esta es la naturaleza de la pared: impedir el paso; esa es la naturaleza de la puerta, que pases a través de ella. Pues bien, acepta las cosas como a la pared y la puerta… Si puedes mirar con claridad no harás cosas como intentar traspasar la pared… Observa las cosas y si hay algo es natural no trates de forzar en ello algo que sea innatural.
¿Por qué no miras los hechos tal como son? Porque tus deseos están demasiado presentes. Por eso te has convertido en una persona tan impotente. Supera la impotencia: ante cualquier situación, no desees nada, pues el deseo te llevará por el camino equivocado. Mira los hechos con toda la consciencia de que dispongas y, de repente, se abre una puerta y ya no pasas a través de la pared, sino por la puerta, sin un rasguño. Y ya no cargas con nada.
Y la esencialidad es comprensión, no un destino sin esperanza. Así que esta es la diferencia. Hay gente que cree en el destino o que dicen “Dios ha querido que fuera así”, pero en el fondo mantienen un rechazo y utilizan esas tretas para maquillarlo y consolarse a sí mismos. Sin embargo, la actitud de la esencialidad no es fatalista ni conlleva ningún Dios o destino. Dice: mira las cosas tal como son, comprende, y comprobarás que hay una puerta… Siempre hay una puerta…
En la esencialidad desaparece el yo y, con ello, el otro
“En este mundo de Esencialidad no existe ni el yo ni nada que no sea yo”… La mente siempre divide: el otro y yo. Y en ese mismo instante el otro se convierte en enemigo. Algunos son más hostiles, otros menos, pero el otro siempre es enemigo… Llamas amigo a aquel que es menos hostil contigo y enemigo a aquel que lo es más, pero con el otro forzosamente tiene que haber competición, celos, lucha… También peleas y compites contra tus amigos, aunque de una manera “amistosa”. Sin embargo, una vez que te has fundido en la esencialidad, en el discernimiento de la naturaleza de las cosas, no existe nada que sea tú, ni nada que no seas tú; no hay ni yo ni nada que no sea yo.
Cuando el otro desaparece, el yo también desaparece, porque son dos polos de un mismo fenómeno. Aquí adentro está el ego y ahí afuera está el otro: dos polos de un mismo fenómeno. Si desaparece un polo, si el “tú” se disuelve, el “yo” desaparece con él… Y ojo, no puedes hacer desaparecer al otro, sólo puedes hacerte desaparecer a ti mismo. Si tú desapareces no hay ningún otro; cuando se abandona el yo, no hay tú. Es la única manera. Pero intentamos justo lo contrario: matar al “tú”. Mas al “tú” no se le puede matar, ni poseer, ni dominar. El “tú” siempre seguirá en rebelión porque está esforzándose en matarte a ti. Ambos lucháis por el mismo ego; él por el suyo y tú por el tuyo. ¿Cómo vas a destruir al otro? El otro es inmenso… es todo el Universo. Céntrate en una dimensión diferente: abandona el yo.
Sin embargo, lo que haces es ayudarlo a permanecer. Por ejemplo, aferrándote a tus quejas, rencores, enfermedades… La gente se apega a todo lo que molesta. Se quejan, dicen que les gustaría curarse, pero en el fondo no es así porque si se curarán ellos no estarán ahí, el yo desaparece… Fíjate como la gente se aferra a sus heridas. Hablan acerca de sus enfermedades y defectos más que de ninguna otra cosa. Escúchalos y te darás cuenta de que lo están disfrutando… Su enfermedad, su ira, su odio, sus problemas, su egoísmo, su ambición… Es una locura: están pidiendo deshacerse de esas cosas, pero, observa sus caras, lo están disfrutando. Y si realmente desaparecieran, ¿con qué disfrutarían? Estarían tan ociosos que se suicidarían.
Indaga en tu interior y te darás cuenta de que todas tus desgracias existen porque tú las apoyas. Sin tu apoyo nada puede existir. Existen porque tú les das energía. ¿Quién te obliga a ello? Hasta para estar triste se necesita energía. Es por eso que después de la tristeza te sientes tan agotado… Durante tu depresión no estabas haciendo nada, estabas simplemente triste y tendrías que haber salido de ella pletórico de energía. Pero no, porque todas las emociones negativas necesitan energía y te agotan.
Si eres feliz, de repente, toda la existencia es feliz contigo y el mundo entero fluye hacia ti con energía y ríe contigo. Pero cuando estás alimentando tu tristeza y apatía, se abre un espacio entre tú y la vida. Entonces todo lo que hagas tendrá que depender de tu energía y la desperdiciarás, la agotarás… Pero lo haces porque cuando estás ofuscado y negativo sientes más ego… Cuando estás triste, enfadado, egoísta, disfrutando y jugando con tus heridas, intentando ser un mártir, entonces generas un espacio entre tú y la existencia. Te quedas solo y ahí te sientes yo. Y cuando te sientes yo, toda la existencia se vuelve hostil contigo. En cambio, cuando estás contento, feliz, extasiado, no hay yo, el otro desaparece; estás en contacto con la existencia, no separado.
Cuando aceptas la naturaleza de las cosas y te disuelves en ella, vas con ella. No das ningún paso propio, no tienes ninguna danza propia, ni siquiera una cancioncilla; la canción de la totalidad es tu canción, la danza del todo es tu danza, tú ya no estás aparte. Simplemente sientes: “El todo es. Yo sólo soy una ola, que viene y se va, que llega y se marcha, siendo y no-siendo. Yo voy y vengo, el todo permanece. Yo existo a través del todo, el todo existe a través de mí”… Algunas veces toma forma y otras no. Algunas veces surge en el cuerpo y otras desaparece del cuerpo. Tiene que ser así, porque la vida tiene un ritmo. Algunas veces tienes que estar activo y en movimiento -una ola- y otras te vas a las profundidades y descansas, inmóvil.
La muerte es un cambio de ritmo moviéndose hacia lo otro. Pronto nacerás más vivo. La muerte es una necesidad: el polvo que se ha acumulado a tu alrededor tiene que lavarse; es la única manera de rejuvenecer. ¿Por qué crear un conflicto? Tú no mueres, sólo caen las hojas viejas para hacer espacio a las nuevas. Mueres aquí, naces allí: de la forma a la sin-forma, de la sin-forma a la forma; del cuerpo al no-cuerpo, del no-cuerpo al cuerpo; movimiento, quietud; quietud, movimiento… Este es el ritmo. Si te fijas en el ritmo no te preocupará nada: confía… Entonces tú no estás ahí, ni tampoco hay ningún otro. Los dos han desaparecido, ambos se han convertido en el ritmo del uno. Ese uno existe, ese uno es la realidad, la verdad.
“No dos”
“Para entrar directamente en armonía con esta realidad, cuando las dudas surjan simplemente di: No dos”… Cuando surja la duda, cuando te sientas dividido, cuando veas que está apareciendo una dualidad, di para tu interior: “No dos”. Y hazlo con plena consciencia, inteligencia y comprensión… Siempre que sientas que el amor está surgiendo di “no dos”, de otra forma el odio estará esperando; y cuando veas que el odio está surgiendo di: “No dos”. Siempre que sientas un apego hacia la vida di “no dos”; y también cuando sientas miedo a la muerte… Si alguien te ha insultado y te ofendes di “no dos”, porque el que insulta y el que se ofende son uno. Ese hombre no te ha hecho nada a ti, se lo ha hecho a sí mismo… El asesino y el asesinado son uno, ¿por qué preocuparse?; ¿por qué adoptar puntos de vista?; ¿por qué no fundirse en el otro? Porque el otro también soy yo; y el otro y yo también son Eso. Sólo existe el uno.
Siempre que se te plantee una confusión, dudas, una división, un conflicto, siempre que vayas a escoger algo, recuerda: “No dos”. Tienes que hacerlo con comprensión, con consciencia. Si lo haces mecánicamente significa que en otro nivel permaneces en el yo, en el ego, luchando, violento, agresivo. Y las agresiones no están solamente en la guerra… La agresión es muy sutil, está en tus gestos. Fíjate: si estás dividido en yo y tú, tu mirada es violenta. Y cuando gritas, siempre que te enfadas, el motivo suele ser algo insignificante. Vas acumulando agresividad y de ahí, de pronto, desde esa ira acumulada, sale la agresión por algo sin demasiada importancia.
Di: “No dos” y entonces no hay nada que elegir, nada que te guste o te desagrade, puedes bendecir todo… Vas donde la vida te lleva; confías en la vida. Y la confianza no es una postura intelectual. Es una respuesta total al sentimiento de que sólo existe el uno, no dos… Repite silenciosamente: “No dos” y observa lo que ocurre. El conflicto desaparece. Aunque sólo desaparezca por un momento, será un gran fenómeno. Estás cómodo, de pronto no hay enemigo en el mundo, de repente todo es uno.
“En este “no dos” nada está separado, nada está excluido. No importa cuándo ni dónde, iluminación significa entrar en esta verdad”… Iluminación significa entrar en esta verdad de “no dos”… Siempre que te sientas dividido, que estás a punto de elegir, que te gusta una cosa en contra de otra, que empieza a aparecer y acumularse la tensión… di “no dos”. La tensión se relajará y la energía será reabsorbida, transformándose en bienaventuranza.
Sexualidad: la energía acumulada y el tercer ojo
La vida te va llenado de energía. Y siempre que la energía acumulada es demasiada, el tercer ojo lo siente y empezarás a percibir que hay que hacer algo. A este tercer ojo los hindúes le han llamado el ajna chakra, el centro de mando, donde se dan las órdenes, la oficina desde donde el cuerpo recibe las órdenes… La Naturaleza ha construido un proceso: en cuanto acumulas demasiada energía, el tercer ojo presiona el centro del sexo, ambos se unen y empiezas a sentirte sexual. Se trata de un dispositivo automático creado por la Naturaleza en el cuerpo. Y a partir de ahí, existen dos caminos en la gestión de esa energía interior acumulada: descenderla o ascenderla.
Descenderla significa desahogarte. Así es como para la mayoría de la gente funciona el sexo: una medida de seguridad, porque se puede acumular tanta energía que puedes estallar. El sentimiento de sexualidad no es más que un dispositivo para evidenciar la acumulación de energía. Y una de las maneras de usar tu energía es sintiendo placer a través del desahogo.
La otra forma es decir: “No dos”. Yo soy uno con el Universo. ¿Dónde desahogarla?; ¿con quién hacer el amor?; ¿dónde echarla? No hay ningún lugar distinto a mí, yo soy uno con el Universo. Entonces, al no hacerla descender del tercer ojo, al no desahogarte, empieza a ascender. Y llega así al último chakra, el séptimo centro, situado en la cabeza por encima del tercer ojo y al que los hindúes llaman sahasrara: el loto de los mil pétalos.
Estos son los dos caminos posibles para usar tu energía interior acumulada. Cuando la haces descender, hay placer. Cuando no te desahogas y permites que ascienda desde la compresión consciente del “no dos”, la energía alcanza el sahasrara y hay bienaventuranza. Y ten en cuenta que el placer y el sentimiento de bienestar que el descender la energía provoca sólo puede ser momentáneos, pues el desahogo es pasajero y genera una sensación efímera. Sin embargo, la bienaventuranza puede ser eterna, porque la energía no se descarga sino que se reabsorbe. El centro de la descarga es el sexo, el primer centro o chakra; y el centro de la reabsorción es el séptimo, el último. Ambos son los extremos de un mismo fenómeno energético. Desde un extremo, al desahogarte, la energía se descarga; te sientes relajado porque ahora no hay energía para hacer nada y te duermes. Es por eso que el sexo ayuda a dormir. Y si te vas al otro extremo, en el que la energía se reabsorbe, el loto de los mil pétalos se abre y sigue abriéndose y abriéndose. No tiene fin, porque la energía vuelve hacia el interior, es reabsorbida.
Puedes llegar desde el sexo a la superconsciencia. Este loto de mil pétalos es el centro de la superconsciencia. Así que cuando vuelvas a sentirte sexual di “no dos” con comprensión, consciente, en alerta. Y de pronto sentirás que algo está pasando en la cabeza: la energía que solía caer hacia abajo se está moviendo hacia arriba. Y una vez que alcance el séptimo centro, será reabsorbida. Entonces te vas convirtiendo en más y más en energía; y la energía es deleite, éxtasis. Ya no hay necesidad de descargarla porque ahora eres el ser infinito... Puedes absorber el infinito, el todo, y aún quedará espacio… Este cuerpo es estrecho; tu consciencia, inmensa. Este cuerpo es una taza pequeña; un poco más de energía y se desborda. Tu práctica sexual es el desbordamiento de la taza, del cuerpo estrecho. Pero cuando el sahasrara se abre, un loto de mil pétalos se abre en tu cabeza; y va abriéndose y abriéndose sin fin. Aunque el todo se derrame sobre ti, todavía quedará un espacio infinito.
Se dice que un buda es más grande que el Universo. No su cuerpo físico, por supuesto, pero el Buda sí lo es porque el loto se ha abierto. Ahora este Universo no es nada; millones de Universos pueden caer en él y ser reabsorbidos. Puede seguir creciendo. Es perfecto y todavía sigue creciendo. Esta es la paradoja; porque nosotros pensamos que una perfección no puede crecer. La perfección también crece; crece hacia ser más perfecta y más perfecta. Sigue creciendo porque es infinita… Este es el vacío del que habla Buda: shunyata. Cuando tú estás vacío, todo el Universo puede caber en tu interior y todavía queda un espacio infinito, más Universos pueden caber en ti.
Tú eres el todo
“Y esta verdad está más allá del aumento o la disminución en el tiempo o el espacio”... Para esta verdad el tiempo y el espacio no existen. Ha ido más allá, nada la limita. Es más grande que el espacio y el tiempo… “En ella, un solo pensamiento dura diez mil años”; y un simple movimiento, eternidad… Puedes ver el cuerpo tuyo o de alguien, pero el cuerpo no es tú ni él: somos la consciencia que no podemos ver. El cuerpo nace y muere; la consciencia no ha nacido nunca y nunca morirá. Esta consciencia iluminada es la mismísima raíz de toda la existencia; y también su florecimiento. No se puede decir dónde se halla esta consciencia porque ¡está en todas partes! Mejor aún: “todas partes” están en ella.
Ambos, el tiempo y el espacio existen en la consciencia y esta consciencia no existe en el tiempo y el espacio. No podemos decir en qué momento del tiempo existe esta consciencia iluminada. Sólo podemos decir que todo el tiempo existe en esta consciencia. Esta consciencia es más grande; y tiene que ser así. ¿Por qué?... Puedes observar el tiempo y decir: “Es por la mañana, o es mediodía o ahora es por la tarde. Ha pasado un minuto, un año o una era”. Este observador, esta consciencia, tiene que ser más grande que el tiempo, sino ¿cómo podría observarlo? El observador tiene que ser más grande que lo observado. Tú puedes ver el espacio, puedes ver el tiempo; por lo tanto, ese que ve dentro de ti debe ser más grande que ambos.
Una vez que ocurre la iluminación, todo está en ti. Todo empieza a moverse en ti… Los mundos surgen de ti y se disuelven en ti porque tú eres el todo.
Fuente: Extracto del capítulo 9 de “El Libro de la Nada ”, de Osho, realizado por Emilio Carrillo.
Todo es como debería ser: tú eres lo único que está inquieto
Un viejo hábito muy instalado en tu vida es el de desear cambiar las cosas. Un hábito que puede ser reemplazado por el de percibir que todo es exactamente como tiene que ser, que la Paz todo lo inunda y que lo único que se halla y vive inquieto en este planeta, en el Cosmos y en la Creación ¡eres tú!
Porque esto es lo real: todo es como debería ser. Para verlo solo tienes que serenarte. De hecho, en el Cielo y en la Tierra, en tu vida y en la de los demás, todo encaja: nada sobra ni falta; todo fluye, refluye y confluye en el Amor de cuanto Acontece; todo tiene su porqué y para qué en clave del proceso evolutivo y consciencial; y ya todo es y tú mismo eres todo lo que tu Corazón puede anhelar. Por tanto, relájate y observa y vive la vida no a través de la mente y el coche que usas para vivenciar la experiencia humana, sino desde el conductor que eres y siempre serás con independencia del vehículo que ahora ocupas.
¿Puedes imaginarte un mundo mejor que este, una vida mejor que esta? Si eres sabio, te resultará imposible. Si eres necio, desde luego que sí; y de tu cabeza surgirán infinidad de brillantes ideas, criterios, pareceres y opiniones de cómo ha de ser esto, aquello y lo de más allá… ¡Tú convertido en juez de ti mismo, los demás, las cosas, la Naturaleza, la Tierra, el Cosmos y la Creación!… ¿No te das cuenta de que es una tremenda insensatez?
En la Creación y el Cosmos no existe el “cambio”, pues nada se halla estático y la impermanencia es la regla general: todo está en continúa mutación y transformación, en un incesante devenir y fluir. No hay cambio, sino “Evolución”. Constante, cíclica y muy rápida… Nada es inamovible, nada permanece estancado, sino que todo se encuentra en persistente Evolución (lo recoge muy bien el Principio Hermético del Ritmo; o la visión oriental volcada en el Tao: el flujo universal que nunca para). Y se manifiesta de infinidad de maneras, desde la sucesión del día y la noche, las fases lunares o las estaciones del año a los ciclos vitales y las mutaciones materiales, energéticas y conscienciales que escapan a la mente y al actual conocimiento humano. Es la Ley del Todo. Tomar consciencia de ella implica darse cuenta de que la Evolución es la única constante en el Universo y, abandonando cualquier noción de cambio, fluir en el Tao hasta hacerse uno con él.
¿Por qué le cuesta a la gente percatarse de esta Evolución y de lo raudo que se desarrolla? Los sentidos corpóreo-mentales humanos no lo perciben, de igual manera que no notan que pisan un planeta que da vueltas sobre sí mismo y viaja por el Universo a velocidades vertiginosas. La Tierra rota sobre sí, a una velocidad media de 1.670 kilómetros/hora; y, simultáneamente, alrededor del Sol, a 106.000 kilómetros/hora. Y el sistema solar en su conjunto gira en torno al centro de la Vía Láctea, que se mueve dentro de un Grupo Local de Galaxias –casi medio centenar–, que se desplaza, a su vez, por el espacio hacia un enorme ente gravitatorio que los científicos llaman actualmente “El Gran Atractor”. Los sentidos corpóreos-mentales no se dan cuenta de ninguno de estos espectaculares movimientos cósmicos. Y tampoco de la Evolución. Pero esta incide en cada persona y en la Humanidad.
Cualquier sensación de cambio y su necesidad es una invención del “yo” físico, mental y emocional y pura vanidad del ego. La Creación es una Magna Naturaleza, tan Viva como Divina, que se despliega y complementa a sí misma de instante en instante por influjo de la Evolución natural. Nada hay en la Creación –ni en lo “macro” ni en lo “micro”, ni en lo global ni en las singularidades– que la mano o la mente humanas deban o tengan que alterar, modificar o cambiar… La idea o voluntad de cambio supone desconocer la naturaleza excelsa e inefable de cuanto Es y Acontece. Y representa una descomunal necedad derivada de la pretensión del ego de “marcar el paso” para que las cosas se ajusten a lo que “yo” deseo, cuando “yo” deseo y de la manera que “yo” deseo. Nada se logra con ello, salvo hacer consciencialmente fatigoso el devenir de una Evolución natural en la que basta con fluir.
Sirva el ejemplo del invierno y la primavera. En invierno, el frío y la humedad configuran la base evolutiva y natural para que, meses después, la primavera explote en todo su esplendor. Si a alguien no le gusta el invierno y prefiere la primavera, debe comprender no solo que el proceso no puede ser alterado por mucho empeño que se ponga en que la climatología “cambie” –que lo hará, pero cuando en el orden natural y evolutivo corresponda–, sino que, además, el invierno y cada uno de sus componentes (frío, lluvia, viento, nieve,…) son parte constitutiva de la propia primavera, pues sin ellos la primavera no sería.
Sin embargo, mucha gente quiere que cambien las cosas (su vida, la de los demás, el mundo en general…) y lo intentan actuando hacia afuera, sobre el mundo exterior. También hay quienes quieren el cambio entendiendo que es una ventana que se abre desde el interior, es decir, pretenden un “cambio interior” que consideran la llave del “cambio exterior”. Pero lo cierto es que no hay nada que cambiar, ni desde fuera ni desde dentro de uno mismo: todo se halla en constante Evolución y en el punto exacto de la misma que corresponde y es coherente con el proceso consciencial de cada componente de la Creación, también de la Humanidad y de cada persona.
Toma consciencia de esto: ¡nada puede ser mejor que tal como es! El único problema es que te has habituado a identificarte con el coche, no con el conductor. Y desde esa identificación, oteas y vives la vida a través de la mente, que nunca estará a gusto con la vida. Pero el problema no es la vida, ni el Universo, ni la existencia: ¡el único problema eres tú!… Deja que tu energía se repose, calma la trepidante cadena de pensamientos, emociones, sensaciones y sentimientos que tú mismo creas en tu aferramiento a tu pequeño “yo” y a tu mente y verás que todo está en equilibrio y armonía. Tú eres lo único que no está en paz. Solamente tú estás dividido, separado, roto de la realidad, a disgusto con ella, en conflicto y lucha con ella.
Viejo hábito
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Nuevo hábito
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Desear cambiar las cosas (la vida de uno mismo, la de los demás, el mundo en general…), viendo, viviendo y juzgando la vida a través de la mente.
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Percibir desde lo que realmente eres que todo es exactamente como tiene que ser; que la Paz todo lo inunda; que lo único que se encuentra inquieto eres tú; y que todo se halla en constante Evolución y en el punto exacto de la misma que corresponde y es coherente con el proceso consciencial de cada componente de la Creación, también de la Humanidad y de cada persona.
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Texto extraido del libro de Emilio Carrillo titulado Sin mente, sin lenguaje, sin tiempo
El alma a la luz de la ciencia
El que mira hacia fuera: sueña.
El que mira hacia dentro: despierta.
(Proverbio alquímico)
A medida que ascendemos por la escalera de evolución, accedemos a estados de conciencia superiores desde los que podemos experimentar otras dimensiones de nosotros mismos y de la realidad. Hasta hace muy poco, ese tipo de experiencias resultaban incomprensibles y misteriosas. En ocasiones, incluso, se habían confundido con estados patológicos y consecuentemente se trataba de locos a quienes hablaban de ello. Hoy sabemos mucho más de la conciencia y podemos referirnos a esas experiencias en términos que satisfacen las exigencias de la ciencia y la razón.
Dijimos que el proceso evolutivo que tenemos por delante ha de ser inteligente y armónico. Se trata de ir mas allá de la lógica adolescente y materialista que domina al mundo, pero no al precio del rigor y la racionalidad que tanto nos ha costado conquistar. Se trata de trascender esa poderosa razón egoica madurando, esto es, creciendo en profundidad, sacándole punta a la inteligencia y afinando la sensibilidad. En este artículo vamos a consultar a algunos de los grandes teóricos de la conciencia para saber qué dicen hoy las ciencias de eso que habitualmente llamamos alma.
Todos entendemos la palabra “alma”, a todos nos sugiere muchas cosas pero, ¿sabemos realmente a qué nos estamos refiriendo? Alma, como corazón, son palabras que apuntan al núcleo mismo de nuestra experiencia. Por trivial que sea el tema al que la asociemos, al hablar del alma, estamos aludiendo a un aspecto muy íntimo y especial. De alguna manera sentimos que el alma es algo así como un puente, un punto de contacto entre el cuerpo y el espíritu. Y tenemos razón, esa certera intuición acerca de la función del alma es lo que hoy nos confirman las ciencias.
La gran mayoría de la humanidad está atorada en el quinto escalón evolutivo –se refiere a la visión racional-; pero, si seguimos creciendo, lo que el proceso evolutivo nos depara es el poder de experimentarnos a nosotros mismos y al mundo desde una perspectiva más amplia y serena. Esa nueva perspectiva es fruto de un determinado nivel de funcionamiento electromagnético del cerebro que hoy podemos medir y verificar por medio de avanzadas tecnologías. El doctor Elmer Green, descubridor del biofeedback, ha logrado descifrar y medir la íntima relación que existe entre el cuerpo y la mente y ha constatado que, mediante el entrenamiento adecuado, una persona es capaz de permanecer en las ondas cerebrales llamadas theta. En ese estado, logra una relajación profunda, un total sosiego emocional y una perfecta lucidez mental. Las ondas theta, dice Green, son el puente que nos permite comunicarnos con propio inconsciente y reprogramarlo; podemos provocar cambios fisiológicos importantes, observarnos con objetividad y desapego e incrementar enormemente nuestras capacidades creativas e inteligentes. Se trata, pues, de aprender a estar quietos ahí, en ese silencio. Porque es como si siempre estuviéramos recibiendo dos señales de radio al mismo tiempo, una fuerte y otra débil, para escuchar la señal mas débil tenemos que disminuir el nivel de la fuerte, explica Green. Entramos en theta, dice, para acallar el ruido de la conciencia ordinaria y escuchar la suave voz del interior.
Esa suave voz, ese sosiego interno, ese pacífico estado de conciencia, hoy está siendo exhaustivamente estudiado en los laboratorios científicos. El alma deja de ser un misterio y se convierte en un concepto claro y cuantificable, en un estado de conciencia que podemos aprender a generar. “Uno no debe creer”, puntualiza Green, “sino investigar hasta que la experiencia nos permita sentir y saber”.
Los grandes sabios, y muy especialmente los poetas, siempre se han referido al alma en ese sentido. Huxley, por ejemplo, que fue un gran visionario, decía: “El alma es una criatura anfibia obligada por las leyes humanas a estar en un cuerpo pero capaz, si lo desea, de elevarse e identificarse con el espíritu y, a través del espíritu, con el fundamento de todo” . Todos hemos tenido alguna vez esa experiencia, especialmente de niños o, quizá de jovencitos, contemplando un atardecer o con el primer beso; esa sensación feliz de sentirnos a la vez muy grandes y muy pequeñitos. Pero, tal vez cualquiera de vosotros, no hace mucho, paseando por el bosque o al contemplar los ojos de un niño. Momentos de una hondura y amplitud inolvidables que nos hacen sentirnos más vivos que nunca, fuera del tiempo y, a la vez, partes integrantes del gran todo. De alguna manera todos sabemos del alma y su, digamos, excelsitud. No creo equivocarme si digo que a todos nos gustaría que esos momentos se prolongaran, que conformaran nuestra actitud ante la vida cotidiana y pudiéramos vivir siempre así. La buena noticia es que podemos aprender a vivir desde el alma, esto es, aprender a vivir en ese estado de conciencia.
Pero además, como también vimos, el alma, ella misma, puede seguir creciendo. La vida y la obra de Santa Teresa, por citar un ejemplo de nuestra cultura, son un hermoso testimonio de lo que podríamos llamar un alma madura; un alma vieja evolutivamente hablando. Santa Teresa, por ejemplo, se refiere al alma como a esa parte de sí misma que cual pequeña mariposita aletea, atraída por una fuerza irresistible, alrededor de la flama de amor divino.”Muero porque no muero”, gime la pobrecilla. Sólo cuando por fin se entrega y es consumida por ese fuego, descubre el gozo de Ser ella misma esa luz. El alma nos conduce irremediablemente a la luz en tanto que es un estado de conciencia que nos permite empezar a vislumbrar quienes somos realmente.
Ahora bien, también sabemos que para alcanzar ese estado de conciencia hemos de ocuparnos primero del capullo en el que estamos encerrados. El capullo es el caparazón del ego. Para dar a luz a la mariposa del alma, el ego, lo mismo que la oruga, ha de volverse sobre sí mismo y observarse en profundidad. La introspección es algo así como un periodo de hibernación. Es imprescindible sumergirse primero en la propia oscuridad a fin de poner orden y hacer limpieza en nuestro mundo interno. Sólo entonces nuestro crecimiento espiritual será saludable y armonioso, una bendición para nosotros y para los demás.
Y la segunda buena noticia es que muchos científicos aseguran que, a medida que más personas consigamos elevar el nivel de conciencia y vibrar en unas ondas cerebrales más armónicas, estaremos contagiando al mundo. Las ondas cerebrales son energía, vibraciones cargadas de información que naturalmente se expanden y difunden. Sheldrake explica que cuando un determinado numero de monos descubren y practican una nueva forma de conducta, por ejemplo, en Australia, debido a esa invisible pero efectiva transmisión de información -la resonancia morfogenética- los monos que habitan en América, de pronto, también lo saben. De la misma manera, cuando un número determinado de personas logremos estabilizar estados de conciencia más pacíficos y luminosos el mundo entero empezará a cambiar.
Ya Dante vaticinaba: “cuantas más almas vibren juntas mayor será la intensidad de su luz y, como un gigantesco espejo, se reflejarán unas a otras”. Ése sería el mundo iluminado que querríamos todos, ¿no? Un mundo en que fuera el alma y no el ego, la que percibiera el mundo. Un mundo en el que todos tuviéramos conciencia de la importancia de la dimensión interna del ser humano y, consecuentemente, avanzáramos en esa dirección.
Dice Peter Russell: “Creo que cuando ahondemos en la naturaleza de la mente, como lo hemos hecho en la materia, descubriremos que la conciencia es el ansiado puente entre la ciencia y el espíritu”. Los grandes genios han dado siempre testimonio de ello. Y hoy la ciencia corrobora que el nivel de conciencia que llamamos alma es realmente un puente entre la ciencia (o la razón tal y como la conocemos) y el espíritu. Escuchemos a Einstein, por ejemplo: “El núcleo de la espiritualidad”, dice, “consiste en llegar a conocer y sentir la existencia como algo que se manifiesta en forma de una sabiduría tan elevada y una belleza tan resplandeciente que nuestras limitadas capacidades sólo pueden comprenderlo de manera muy rudimentaria. En ese sentido, y sólo en ese sentido”, aclara Einstein, “soy una persona profundamente espiritual”. Y ése, y sólo ése, es también el sentido que tiene para la ciencia, la espiritualidad. Espiritual, científicamente hablando, es un estado de conciencia en el que podemos conocer y sentir la vida, con esa veneración, con esa profunda humildad y esa gratitud inmensa.
Físicos, astrónomos, biólogos, médicos, investigadores brillantes y mundialmente reconocidos comparten hoy con nosotros sus experiencias personales en el campo de la conciencia. Nos aportan datos contundentes acerca de sus investigaciones con distintas técnicas meditativas y de control mental, con diferentes yogas y diversas sustancias psicotrópicas, drogas muy conocidas y rigurosamente utilizadas en otras culturas como medios de transformar la conciencia y acceder a otro nivel de percepción. Hoy es un dato científicamente probado lo que Blake, poeta y visionario, nos advirtió “cuando purifiquemos el ojo de la percepción, veremos las cosas tal y como son: infinitas”.
En libros muy gratos y asequibles, estos grandes hombres nos relatan sus aventuras, las curiosas peripecias que los llevaron a interesarse y profundizar, a la par que en el mundo externo, en sí mismos. Ram Das y Peter Rusell, por ejemplo, nos narran sus experiencias en la India, allá por los años sesenta, donde bajo la dirección de distintos maestros espirituales aprendieron a relajarse, a escuchar sus emociones y pacificar sus mentes. Descubrieron, con la meditación, un medio efectivo para acceder a estados de conciencia superiores. Ese descubrimiento los afectó profundamente, cambió por completo el concepto que tenían de si mismos y de la vida. Fue así como se convirtieron en buscadores comprometidos que investigan, con todos los medios a su alcance, las dimensiones del mundo interior. Además de grandes científicos son, como podréis comprobar leyendo sus obras, personas sabias y generosas; deseosas de poner al alcance de todos nosotros sus conocimientos y experiencias.
Hay un consenso claro entre todos ellos acerca de que el bienestar psíquico: la salud espiritual es la consecuencia natural del funcionamiento armónico, pausado y silencioso del propio cerebro. Así lo afirman los neurólogos, los físicos cuánticos, los psicólogos, filósofos y médicos que han podido experimentarlo por sí mismos y que, naturalmente, quieren comunicar sus hallazgos a los demás.
Hoy disponemos, además, de una amplia gama de psicotécnicas -la tecnología de lo sagrado- que nos ayudan en nuestro proceso evolutivo. En el terreno de la psicoterapia, se han recuperado muchas técnicas orientales que nos permiten trabajar directamente con la mente, pero disponemos también de novedosas y certeras técnicas más asequibles y adecuadas para nosotros los occidentales. Son muchas las maneras en que podemos investigar en nuestro interior y tener experiencias, de primera mano, de nuestra propia psique.
Sócrates decía que “para que la psique esté en la luz en lugar de la oscuridad, la mente debe apartar la vista de este mundo hasta que pueda percibir el esplendor supremo que llamamos bien”. Es muy necesario, decía, un arte cuyo propósito sea llevar esto a cabo. Hoy, por fin, ese raro arte cuya finalidad, como decía Sócrates, es enseñarnos a retirar la mente del mundo exterior e introvertirla hasta que pueda ver, por sí misma, el supremo bien es una ciencia al alcance de casi todos.
Sabemos que es importante aportar un poco más de luz a las generaciones más jóvenes y sabemos muy bien que no sirven los discursos; hay que dar testimonio. Las personas mayores tenemos algo importante que hacer con el tiempo de vida que nos queda. Tenemos la preciosa ocasión de convertir nuestro tiempo de ocio en un tiempo sagrado, un tiempo para dedicarnos a cuidar del alma. Un tiempo en el que elevar nuestro nivel de conciencia y enfocar nuestra atención en la dirección correcta.
Para terminar, me gustaría contrastar la visión moderna que la ciencia nos ofrece acerca del desarrollo del potencial humano con la visión milenaria de algunas tradiciones espirituales. Lo que nosotros llamamos ascender por la escalera de la evolución, ellos lo consideran un viaje heroico, el camino del héroe. Es el viaje que emprende una persona cuando se adentra en sí misma en busca de la verdad. Las naciones indígenas de toda América, así como los budistas, consideran guerrero a quien emprende ese camino, vence a todos sus demonios y conquista la paz interior. Veamos, muy brevemente, lo que es un guerrero, por ejemplo, para los tibetanos.
Guerrero, en tibetano, se dice pawo, la traducción literal sería persona valiente, alguien que no tiene miedo. Pero el valor, en este caso, no es producto de controlar los miedos, sino de trascenderlos. Trascender, recordémoslo, quiere decir, superar integrando. Guerrero, para los tibetanos, es aquel ha atravesado su ego y, a lo largo del camino, se ha abrazado a sí mismo. Se conoce perfectamente y, por lo tanto, puede ser auténtico y puede abrirse a los demás. Sabe, porque las siente, las cualidades de cada cosa y no se equivoca. Conoce bien los aspectos vulnerables y tiernos del ser humano, de modo que a su valor y a su coraje se suman la sabiduría y la compasión. El guerrero tibetano se caracteriza por estar impecablemente centrado en su esencia y la esencia del ser humano, para el budismo, es la bondad, la bondad primordial, que dicen ellos. Pero tengamos en cuenta que la bondad, en el budismo, no es distinta de la sabiduría. Se conoce y se siente, como recordemos que decía Einstein. El corazón sin la mente avanza ciego, la mente sin corazón va coja; el alma, volviendo a nuestro lenguaje, es el nexo que los armoniza.
Es fácil entrever que ese viaje heroico que emprenden los guerreros tibetanos, o los toltecas, no es muy distinto, en su meta, del camino del que venimos hablando, del camino que va del ego a la psique, o de la personalidad al alma y del alma a esa inmensidad que llamamos Dios. El nacimiento del alma, en la vida del guerrero, por ejemplo, es descrito como una herida, una apertura tan dolorosa como gozosa, que se experimenta en medio del corazón mismo. La compasión, dicen los budistas, nace de la insondable tristeza y la infinita ternura que caracterizan a un corazón roto, en carne viva. Sólo un corazón abierto y totalmente expuesto nos devuelve la sensibilidad que nos permitirá ser lúcidos y precisos. De un corazón abierto, de una mente clara, brota, naturalmente, el deseo de actuar en el mundo, de trabajar para que todos los seres humanos descubran a su vez su propio corazón.
El lenguaje es distinto, hablan del corazón y no del alma. Pero es fácil intuir que se trata de lo mismo. Llámese alma, corazón o mente, de hecho, cada cultura tiene una terminología propia y es importante respetarla. Pero, en el fondo, nos están diciendo lo mismo. De una manera u otra, si nos adentramos en nosotros mismos, todos podemos recorrer el camino del héroe y convertir nuestras batallitas cotidianas, en una guerra que valga la pena. Un auténtico guerrero y extraordinario pacifista, Mahatma Ghandi, (por cierto, recordemos que mahatma quiere decir alma grande. Grande no se refiere, claro está, al tamaño físico de alma, sino a su edad, es decir, a la dimensión profunda, la apertura y estabilidad de esa conciencia), decía: “los únicos males que hay en el mundo son los que pueblan nuestros corazones. Es ahí donde deberíamos librar todas nuestras batallas”.
Así pues, una vez lo tenemos claro, no queda sino ponerse en camino y ascender la escalera como buenos guerreros.
Autor: Magda Catalá
A medida que ascendemos por la escalera de evolución, accedemos a estados de conciencia superiores desde los que podemos experimentar otras dimensiones de nosotros mismos y de la realidad. Hasta hace muy poco, ese tipo de experiencias resultaban incomprensibles y misteriosas. En ocasiones, incluso, se habían confundido con estados patológicos y consecuentemente se trataba de locos a quienes hablaban de ello. Hoy sabemos mucho más de la conciencia y podemos referirnos a esas experiencias en términos que satisfacen las exigencias de la ciencia y la razón.
Dijimos que el proceso evolutivo que tenemos por delante ha de ser inteligente y armónico. Se trata de ir mas allá de la lógica adolescente y materialista que domina al mundo, pero no al precio del rigor y la racionalidad que tanto nos ha costado conquistar. Se trata de trascender esa poderosa razón egoica madurando, esto es, creciendo en profundidad, sacándole punta a la inteligencia y afinando la sensibilidad. En este artículo vamos a consultar a algunos de los grandes teóricos de la conciencia para saber qué dicen hoy las ciencias de eso que habitualmente llamamos alma.
Todos entendemos la palabra “alma”, a todos nos sugiere muchas cosas pero, ¿sabemos realmente a qué nos estamos refiriendo? Alma, como corazón, son palabras que apuntan al núcleo mismo de nuestra experiencia. Por trivial que sea el tema al que la asociemos, al hablar del alma, estamos aludiendo a un aspecto muy íntimo y especial. De alguna manera sentimos que el alma es algo así como un puente, un punto de contacto entre el cuerpo y el espíritu. Y tenemos razón, esa certera intuición acerca de la función del alma es lo que hoy nos confirman las ciencias.
La gran mayoría de la humanidad está atorada en el quinto escalón evolutivo –se refiere a la visión racional-; pero, si seguimos creciendo, lo que el proceso evolutivo nos depara es el poder de experimentarnos a nosotros mismos y al mundo desde una perspectiva más amplia y serena. Esa nueva perspectiva es fruto de un determinado nivel de funcionamiento electromagnético del cerebro que hoy podemos medir y verificar por medio de avanzadas tecnologías. El doctor Elmer Green, descubridor del biofeedback, ha logrado descifrar y medir la íntima relación que existe entre el cuerpo y la mente y ha constatado que, mediante el entrenamiento adecuado, una persona es capaz de permanecer en las ondas cerebrales llamadas theta. En ese estado, logra una relajación profunda, un total sosiego emocional y una perfecta lucidez mental. Las ondas theta, dice Green, son el puente que nos permite comunicarnos con propio inconsciente y reprogramarlo; podemos provocar cambios fisiológicos importantes, observarnos con objetividad y desapego e incrementar enormemente nuestras capacidades creativas e inteligentes. Se trata, pues, de aprender a estar quietos ahí, en ese silencio. Porque es como si siempre estuviéramos recibiendo dos señales de radio al mismo tiempo, una fuerte y otra débil, para escuchar la señal mas débil tenemos que disminuir el nivel de la fuerte, explica Green. Entramos en theta, dice, para acallar el ruido de la conciencia ordinaria y escuchar la suave voz del interior.
Esa suave voz, ese sosiego interno, ese pacífico estado de conciencia, hoy está siendo exhaustivamente estudiado en los laboratorios científicos. El alma deja de ser un misterio y se convierte en un concepto claro y cuantificable, en un estado de conciencia que podemos aprender a generar. “Uno no debe creer”, puntualiza Green, “sino investigar hasta que la experiencia nos permita sentir y saber”.
Los grandes sabios, y muy especialmente los poetas, siempre se han referido al alma en ese sentido. Huxley, por ejemplo, que fue un gran visionario, decía: “El alma es una criatura anfibia obligada por las leyes humanas a estar en un cuerpo pero capaz, si lo desea, de elevarse e identificarse con el espíritu y, a través del espíritu, con el fundamento de todo” . Todos hemos tenido alguna vez esa experiencia, especialmente de niños o, quizá de jovencitos, contemplando un atardecer o con el primer beso; esa sensación feliz de sentirnos a la vez muy grandes y muy pequeñitos. Pero, tal vez cualquiera de vosotros, no hace mucho, paseando por el bosque o al contemplar los ojos de un niño. Momentos de una hondura y amplitud inolvidables que nos hacen sentirnos más vivos que nunca, fuera del tiempo y, a la vez, partes integrantes del gran todo. De alguna manera todos sabemos del alma y su, digamos, excelsitud. No creo equivocarme si digo que a todos nos gustaría que esos momentos se prolongaran, que conformaran nuestra actitud ante la vida cotidiana y pudiéramos vivir siempre así. La buena noticia es que podemos aprender a vivir desde el alma, esto es, aprender a vivir en ese estado de conciencia.
Pero además, como también vimos, el alma, ella misma, puede seguir creciendo. La vida y la obra de Santa Teresa, por citar un ejemplo de nuestra cultura, son un hermoso testimonio de lo que podríamos llamar un alma madura; un alma vieja evolutivamente hablando. Santa Teresa, por ejemplo, se refiere al alma como a esa parte de sí misma que cual pequeña mariposita aletea, atraída por una fuerza irresistible, alrededor de la flama de amor divino.”Muero porque no muero”, gime la pobrecilla. Sólo cuando por fin se entrega y es consumida por ese fuego, descubre el gozo de Ser ella misma esa luz. El alma nos conduce irremediablemente a la luz en tanto que es un estado de conciencia que nos permite empezar a vislumbrar quienes somos realmente.
Ahora bien, también sabemos que para alcanzar ese estado de conciencia hemos de ocuparnos primero del capullo en el que estamos encerrados. El capullo es el caparazón del ego. Para dar a luz a la mariposa del alma, el ego, lo mismo que la oruga, ha de volverse sobre sí mismo y observarse en profundidad. La introspección es algo así como un periodo de hibernación. Es imprescindible sumergirse primero en la propia oscuridad a fin de poner orden y hacer limpieza en nuestro mundo interno. Sólo entonces nuestro crecimiento espiritual será saludable y armonioso, una bendición para nosotros y para los demás.
Y la segunda buena noticia es que muchos científicos aseguran que, a medida que más personas consigamos elevar el nivel de conciencia y vibrar en unas ondas cerebrales más armónicas, estaremos contagiando al mundo. Las ondas cerebrales son energía, vibraciones cargadas de información que naturalmente se expanden y difunden. Sheldrake explica que cuando un determinado numero de monos descubren y practican una nueva forma de conducta, por ejemplo, en Australia, debido a esa invisible pero efectiva transmisión de información -la resonancia morfogenética- los monos que habitan en América, de pronto, también lo saben. De la misma manera, cuando un número determinado de personas logremos estabilizar estados de conciencia más pacíficos y luminosos el mundo entero empezará a cambiar.
Ya Dante vaticinaba: “cuantas más almas vibren juntas mayor será la intensidad de su luz y, como un gigantesco espejo, se reflejarán unas a otras”. Ése sería el mundo iluminado que querríamos todos, ¿no? Un mundo en que fuera el alma y no el ego, la que percibiera el mundo. Un mundo en el que todos tuviéramos conciencia de la importancia de la dimensión interna del ser humano y, consecuentemente, avanzáramos en esa dirección.
Dice Peter Russell: “Creo que cuando ahondemos en la naturaleza de la mente, como lo hemos hecho en la materia, descubriremos que la conciencia es el ansiado puente entre la ciencia y el espíritu”. Los grandes genios han dado siempre testimonio de ello. Y hoy la ciencia corrobora que el nivel de conciencia que llamamos alma es realmente un puente entre la ciencia (o la razón tal y como la conocemos) y el espíritu. Escuchemos a Einstein, por ejemplo: “El núcleo de la espiritualidad”, dice, “consiste en llegar a conocer y sentir la existencia como algo que se manifiesta en forma de una sabiduría tan elevada y una belleza tan resplandeciente que nuestras limitadas capacidades sólo pueden comprenderlo de manera muy rudimentaria. En ese sentido, y sólo en ese sentido”, aclara Einstein, “soy una persona profundamente espiritual”. Y ése, y sólo ése, es también el sentido que tiene para la ciencia, la espiritualidad. Espiritual, científicamente hablando, es un estado de conciencia en el que podemos conocer y sentir la vida, con esa veneración, con esa profunda humildad y esa gratitud inmensa.
Físicos, astrónomos, biólogos, médicos, investigadores brillantes y mundialmente reconocidos comparten hoy con nosotros sus experiencias personales en el campo de la conciencia. Nos aportan datos contundentes acerca de sus investigaciones con distintas técnicas meditativas y de control mental, con diferentes yogas y diversas sustancias psicotrópicas, drogas muy conocidas y rigurosamente utilizadas en otras culturas como medios de transformar la conciencia y acceder a otro nivel de percepción. Hoy es un dato científicamente probado lo que Blake, poeta y visionario, nos advirtió “cuando purifiquemos el ojo de la percepción, veremos las cosas tal y como son: infinitas”.
En libros muy gratos y asequibles, estos grandes hombres nos relatan sus aventuras, las curiosas peripecias que los llevaron a interesarse y profundizar, a la par que en el mundo externo, en sí mismos. Ram Das y Peter Rusell, por ejemplo, nos narran sus experiencias en la India, allá por los años sesenta, donde bajo la dirección de distintos maestros espirituales aprendieron a relajarse, a escuchar sus emociones y pacificar sus mentes. Descubrieron, con la meditación, un medio efectivo para acceder a estados de conciencia superiores. Ese descubrimiento los afectó profundamente, cambió por completo el concepto que tenían de si mismos y de la vida. Fue así como se convirtieron en buscadores comprometidos que investigan, con todos los medios a su alcance, las dimensiones del mundo interior. Además de grandes científicos son, como podréis comprobar leyendo sus obras, personas sabias y generosas; deseosas de poner al alcance de todos nosotros sus conocimientos y experiencias.
Hay un consenso claro entre todos ellos acerca de que el bienestar psíquico: la salud espiritual es la consecuencia natural del funcionamiento armónico, pausado y silencioso del propio cerebro. Así lo afirman los neurólogos, los físicos cuánticos, los psicólogos, filósofos y médicos que han podido experimentarlo por sí mismos y que, naturalmente, quieren comunicar sus hallazgos a los demás.
Hoy disponemos, además, de una amplia gama de psicotécnicas -la tecnología de lo sagrado- que nos ayudan en nuestro proceso evolutivo. En el terreno de la psicoterapia, se han recuperado muchas técnicas orientales que nos permiten trabajar directamente con la mente, pero disponemos también de novedosas y certeras técnicas más asequibles y adecuadas para nosotros los occidentales. Son muchas las maneras en que podemos investigar en nuestro interior y tener experiencias, de primera mano, de nuestra propia psique.
Sócrates decía que “para que la psique esté en la luz en lugar de la oscuridad, la mente debe apartar la vista de este mundo hasta que pueda percibir el esplendor supremo que llamamos bien”. Es muy necesario, decía, un arte cuyo propósito sea llevar esto a cabo. Hoy, por fin, ese raro arte cuya finalidad, como decía Sócrates, es enseñarnos a retirar la mente del mundo exterior e introvertirla hasta que pueda ver, por sí misma, el supremo bien es una ciencia al alcance de casi todos.
Sabemos que es importante aportar un poco más de luz a las generaciones más jóvenes y sabemos muy bien que no sirven los discursos; hay que dar testimonio. Las personas mayores tenemos algo importante que hacer con el tiempo de vida que nos queda. Tenemos la preciosa ocasión de convertir nuestro tiempo de ocio en un tiempo sagrado, un tiempo para dedicarnos a cuidar del alma. Un tiempo en el que elevar nuestro nivel de conciencia y enfocar nuestra atención en la dirección correcta.
Para terminar, me gustaría contrastar la visión moderna que la ciencia nos ofrece acerca del desarrollo del potencial humano con la visión milenaria de algunas tradiciones espirituales. Lo que nosotros llamamos ascender por la escalera de la evolución, ellos lo consideran un viaje heroico, el camino del héroe. Es el viaje que emprende una persona cuando se adentra en sí misma en busca de la verdad. Las naciones indígenas de toda América, así como los budistas, consideran guerrero a quien emprende ese camino, vence a todos sus demonios y conquista la paz interior. Veamos, muy brevemente, lo que es un guerrero, por ejemplo, para los tibetanos.
Guerrero, en tibetano, se dice pawo, la traducción literal sería persona valiente, alguien que no tiene miedo. Pero el valor, en este caso, no es producto de controlar los miedos, sino de trascenderlos. Trascender, recordémoslo, quiere decir, superar integrando. Guerrero, para los tibetanos, es aquel ha atravesado su ego y, a lo largo del camino, se ha abrazado a sí mismo. Se conoce perfectamente y, por lo tanto, puede ser auténtico y puede abrirse a los demás. Sabe, porque las siente, las cualidades de cada cosa y no se equivoca. Conoce bien los aspectos vulnerables y tiernos del ser humano, de modo que a su valor y a su coraje se suman la sabiduría y la compasión. El guerrero tibetano se caracteriza por estar impecablemente centrado en su esencia y la esencia del ser humano, para el budismo, es la bondad, la bondad primordial, que dicen ellos. Pero tengamos en cuenta que la bondad, en el budismo, no es distinta de la sabiduría. Se conoce y se siente, como recordemos que decía Einstein. El corazón sin la mente avanza ciego, la mente sin corazón va coja; el alma, volviendo a nuestro lenguaje, es el nexo que los armoniza.
Es fácil entrever que ese viaje heroico que emprenden los guerreros tibetanos, o los toltecas, no es muy distinto, en su meta, del camino del que venimos hablando, del camino que va del ego a la psique, o de la personalidad al alma y del alma a esa inmensidad que llamamos Dios. El nacimiento del alma, en la vida del guerrero, por ejemplo, es descrito como una herida, una apertura tan dolorosa como gozosa, que se experimenta en medio del corazón mismo. La compasión, dicen los budistas, nace de la insondable tristeza y la infinita ternura que caracterizan a un corazón roto, en carne viva. Sólo un corazón abierto y totalmente expuesto nos devuelve la sensibilidad que nos permitirá ser lúcidos y precisos. De un corazón abierto, de una mente clara, brota, naturalmente, el deseo de actuar en el mundo, de trabajar para que todos los seres humanos descubran a su vez su propio corazón.
El lenguaje es distinto, hablan del corazón y no del alma. Pero es fácil intuir que se trata de lo mismo. Llámese alma, corazón o mente, de hecho, cada cultura tiene una terminología propia y es importante respetarla. Pero, en el fondo, nos están diciendo lo mismo. De una manera u otra, si nos adentramos en nosotros mismos, todos podemos recorrer el camino del héroe y convertir nuestras batallitas cotidianas, en una guerra que valga la pena. Un auténtico guerrero y extraordinario pacifista, Mahatma Ghandi, (por cierto, recordemos que mahatma quiere decir alma grande. Grande no se refiere, claro está, al tamaño físico de alma, sino a su edad, es decir, a la dimensión profunda, la apertura y estabilidad de esa conciencia), decía: “los únicos males que hay en el mundo son los que pueblan nuestros corazones. Es ahí donde deberíamos librar todas nuestras batallas”.
Así pues, una vez lo tenemos claro, no queda sino ponerse en camino y ascender la escalera como buenos guerreros.
Autor: Magda Catalá
EL CIELO EN LA TIERRA: No es verdad que siempre haya algo que va mal
La mente y el ego, que es su creación, viven en constante oposición al aquí y ahora o, simplemente, lo niegan, se resisten a percibirlo como tal. Este instante y cada instante, este preciso momento y cada momento concreto, lo han convertido en su enemigo. Rara vez hay un momento a gusto de la mente. Y cuando esto ocurre, el momento pasa rápidamente y se queda en el mismo estado que antes. Las quejas mentales son una manifestación de esta confrontación con el aquí y ahora. El ego está instalado en un estado permanente de queja mental. Nada le parece bastante. Halla defectos y motivos de protesta hasta en lo más placentero o deseado: llegaron, por ejemplo, tus ansiadas vacaciones y el viaje tan querido, pero tu mente siempre hallará algo que vaya mal, que no le guste; además, te pasarás las vacaciones pensando en cosas que dejaste al iniciarlas, o en lo que debes hacer a la vuelta, o en el siguiente viaje que te apetecería hacer… ¡Cualquier cosa menos vivir en el aquí y ahora, centrado en el momento que estás viviendo y gozándolo con plenitud!
Es así como se alimenta tu falso yo: posicionándose y reafirmándose contra lo que es, contra la vida. Impones juicios, criterios y opiniones que, curiosamente, no son tuyos –te darías perfecta cuenta si no estuvieras dormido, si fueras consciente–, sino que emanan del funcionamiento autónomo de la mente, de sus pensamientos-pestañeo; y, del mismo modo, reduces a las personas y cosas a un puñado de etiquetas y conceptos mentales, encarcelándote a ti mismo y a cuanto te rodea en una escabrosa y enmarañada red de pensamientos, en una prisión mental.Es crucial que interiorices lo siguiente: para la mente –la tuya, la de cualquiera– siempre hay algo que va mal. No puede evitarlo: para ella todo está torcido. Y no porque realmente lo esté, sino porque es la manera de proceder y procesar de la mente cuando se le usa para vivir, ver y entender la vida. Igual que cuando introduces algo recto en un vaso de cristal con agua clara, como una paja de las que se usan para tomar zumos y refrescos: ¿cómo la verás una vez dentro del agua? Inevitablemente, torcida. Por supuesto que la paja no se ha doblado, se mantiene recta. Sin embargo, el efecto óptico hará que tus ojos la vean torcida. Si sacas la paja del vaso de agua, podrás comprobarlo. Pero en cuanto vuelvas a introducirla en él, de nuevo se producirá la ilusión óptica, la distorsión de la realidad, y la percibirás torcida. Pues bien, exactamente así funciona la mente cuando contempla la vida y su devenir, cuando las usas para vivir, ver y entender la vida: para la mente siempre hay algo que va mal, para ella todo está torcido.
Y en directa relación con lo anterior, la mente computa y valora todo como pugna de opuestos, jamás en clave de unidad. Todo lo percibe como un conflicto y permanece continuamente dividida, en la dualidad y la confrontación entre extremos. La propia naturaleza de la mente es así: solo es capaz de ver a través del choque entre opuestos y el contraste. Por ejemplo, la mente solo se percata de la salud a través de la enfermedad. Puede que estés sano, pero si utilizas la mente para ver y entender la vida, no te darás cuenta: no lo vivenciarás, no lo insertarás en tu cotidianeidad desde el gozo por esa salud y el disfrute de estar sano. Tu mente no computa la salud, no la valora… ¡salvo cuando caes enfermo! Entonces sí, en cuanto sufras una enfermedad, por leve que sea, la mente se acordará de la salud y desearás tenerla; hasta rezarás por ella a un dios inventado por esa misma mente. Pero nada, en cuanto vuelvas a sanar, olvidarás lo importante que es la salud y dejarás de valorarla en tu día a día.
Es por esto que la mente no “saca jugo” para tu evolución consciencial de las experiencias amorosas y armoniosas, porque no las computa. Tiene que aparecer la enfermedad, la desarmonía o el desamor para que sientas y percibas mentalmente la experiencia y, a partir de ahí, incida en tu proceso consciencial y valores la salud, la armonía, el amor… La canción El Elegido, del cantautor cubano Silvio Rodríguez, lo plasma muy certeramente cuando habla de un ser de otro mundo, que iba de planeta en planeta, y al bajar a la Tierra se percata inmediatamente de que aquí “lo tremendo se aprende enseguida y lo hermoso cuesta la vida”.
La mente es potentísima y ofrece un extenso y variado menú de prestaciones relacionadas con la comunicación (hablar, escribir, interactuar con los demás), la programación (hacer la agenda, planificar actuaciones…), la creación intelectual y un amplio etcétera. Pero sirve para lo que sirve y fuera de su campo de acción carece de utilidad. No se le pueden pedir peras al olmo. Muy especialmente, la mente no vale para captar y ver la vida, ni para entenderla ni vivirla, ni para tomar consciencia de la realidad, de lo que es. Sin embargo, las personas se han habituado a delegar en la mente estos cometidos. A partir de lo cual acontece lo inevitable: por un lado, ven la vida torcida y en todo un conflicto; y, por otro, al operar la mente con los opuestos y los contrastes, están abocadas a tomar consciencia e impulsar su dinámica y proceso consciencial no desde la vivencia de experiencias de gozo y armonía, sino desde lo tremendo, desde el sufrimiento, desde las “noches oscuras” cuyo papel describió inefablemente San Juan de la Cruz en su poema del mismo nombre.
La mente computa la vida y la interpreta con base en el conflicto y los opuestos. Pero así se falsifica la existencia, porque en esta no existe el “opuesto”. La existencia es unitaria: mejor expresado aún, es no-dual. Esto es lo real: la vida es una, no dos; la mente es dualista. La vida no tiene preferencias, no hace elecciones, pues en ella no hay opuestos entre los que elegir. En cambio, la esencia de la mente es elegir (preferir esto a aquello, juzgar la vida, verter opiniones a favor y en contra…) porque opera en una dualidad ficticia e imaginada. Por tanto, si continúas viviendo a través de la mente –optando, eligiendo, juzgando, opinando…– nunca contemplarás la vida tal cual es, nunca verás la realidad… y sufrirás. No obstante, en libre albedrío, estás en tu derecho de continuar usando la mente para funciones que no le corresponden. Allá tú, pero después no te quejes, ya que el sufrimiento será el resultado ineludible… Eso sí, tienes que darte cuenta de todo esto por experiencia propia, no como una teoría. Cuando lo experimentes y lo entiendas, se convertirá en verdad y te desprenderás de la mente.
El ego se percibe a sí mismo contra la vida, contra la Humanidad, contra el Cosmos, contra la Creación, contra el resto de lo que existe, que, en su labor como piloto automático, mira y aprecia cual amenaza. Es una monumental locura que aún se hace mayor debido a que el ego también necesita el mundo que le rodea para colmar sus aspiraciones, sus anhelos, sus deseos de satisfacción. El ego –y los seres humanos que con él se identifican– pasa sus días en una terrible pugna contra la vida –contra el aquí y ahora, que es lo único real y la vida misma–. Y agudiza todavía más semejante disputa cuando, al unísono, necesita de ese mundo que percibe como una amenaza y en el que siempre encuentra algo que va mal.
Pero la vida no está torcida. Es mentira que en la vida algo vaya mal. En ella todo es exactamente como tiene que ser: todo encaja, todo tiene su porqué y para qué, nada sobra ni falta. ¡El problema no es la vida, sino tú! Y lo eres por haberte identificado, en tu proceso consciencial, con el coche –con la mente, con el ego…–. En el instante en que salgas de esa amnesia y tu estado de consciencia evolucione, te percatarás con claridad de que todo es paz, que nada puede ser mejor de como ya es y que tú eres lo único que estaba inquieto, separado por la mente de la realidad, a disgusto con ella y en lucha contra ella.
Viejo hábito
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Nuevo hábito
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Mantenerte en un estado permanente de queja mental, sin que nada te parezca bastante, hallando defectos hasta en lo más placentero o deseado, creyendo que siempre hay algo en tu vida y el mundo que va mal y queriendo imponer a la realidad juicios, criterios y opiniones que, curiosamente, no son tuyos, sino que emanan del funcionamiento autónomo de la mente, de sus pensamientos-pestañeo, y del ego.
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Percatarte de que el problema no es la vida, sino tú, y que nada va mal ni en tu vida ni en el mundo: todo es exactamente como tiene que ser, todo encaja, todo tiene su porqué y para qué, nada sobra ni falta… Tú eres lo único que estaba inquieto, separado por la mente de la realidad, a disgusto con ella y en lucha contra ella.
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Texto extraido del libro de Emilio Carrillo titulado Sin mente, sin lenguaje, sin tiempo
Manual para la plena consciencia
No hay camino hacia la felicidad.La felicidad es el camino.
Comprendemos que para nosotros esto tan aparentemente sencillo nos resulta de extremada dificultad ya que nuestra caprichosa mente nos mantiene aferrados al pasado (“si hubiera hecho esto… o lo otro… si hubiera dicho esto o aquello”… etc.) o bien fantasea con un futuro inexistente creyendo ilusoriamente que somos dueños de los millones de variables que influirán en las manifestaciones de nuestro futuro.
«Las memorias del pasado no son reales, son imágenes como las proyectadas en un cine (pero producen sentimientos reales, lloras… sufres una y otra vez recordando…). Algo que no es real puede crear sufrimiento real. Podemos estudiar el pasado pero desde el presente, podemos planificar el futuro pero sin perdernos en él, sin miedos, ansiedades, es solo un fantasma, no son la realidad.»
«Cuando nos establecemos en la Plena Consciencia en el momento Presente somos libres.»
La Plena Consciencia es siempre Plena Consciencia de algo. Para aprender a practicar la plena consciencia en nuestra vida diaria elegiremos cosas sencillas sobre las cuales poder aplicarla. Puesto que conocemos la dificultad de trabajar directamente con nuestra mente, a través de este manual se sugieren una serie de prácticas siguiendo las enseñanzas del Sutra de la Respiración Consciente, comenzando por lo más sencillo: entrar en contacto con nuestro propio cuerpo.
Así pues, cada semana practicaremos la Plena Consciencia sobre algo concreto y la semana siguiente la práctica de compartir el Dharma se centrará en lo que hemos descubierto referido a nuestra práctica semanal.
Cuando pasemos a la práctica de los pensamientos y emociones, con el fin de podernos expresar más libremente los escribiremos en un papel sin poner el nombre y al entrar en la sala de meditación los depositaremos a lado de la campana, se elegirá uno o varios de ellos, se leerá y sobre él se centrará el compartir del Dharma.
En cada práctica semanal trabajaremos los cuatro puntos siguientes:
1) Ser conscientes de la respiración. Identificar la inspiración como una inspiración, la espiración como una espiración:
inspiro, sé que estoy inspirando.
espiro, sé que estoy espirando.
2) Seguir la respiración.
inspiro, sé si mi inspiración es larga/corta, superficial/profunda.
espiro, sé si mi espiración es larga/corta, superficial/profunda.
3) Ser consciente de todo tu cuerpo. Identificar, reconocer tu cuerpo.
inspiro, siento todo mi cuerpo.
espiro, sonrío a todas las células de mi cuerpo.
4) Relajar la tensión en el cuerpo.
inspiro, soy consciente de esta tensión en mi cuerpo.
espiro, suelto, relajo esta tensión en mi cuerpo.
Con cada respiración enviaré amor y gratitud a todas las células de mi cuerpo, agradeciéndoles su solidario y armonioso funcionamiento.
PRIMERA SEMANA
Al levantarme «gatha del despertar» y diez respiraciones.
Inspiro, sé que estoy inspirando.
Espiro, sonrío a la vida, a este nuevo día y a mí mismo y a todas las células de mi cuerpo.
SEGUNDA SEMANA
Ampliaré la práctica de la primera semana y sonreiré a las primeras diez personas que encuentre en mi camino.
TERCERA SEMANA
Iré al cuarto de baño y con cada paso al poner el pie izquierdo sobre la tierra diré: «Paz», al poner el pie derecho diré:
«Amor», entregando a la tierra mi deseo profundo de paz y amor para el planeta.
CUARTA SEMANA
Me lavaré los dientes con la mano izquierda, para contrarrestar la ansiedad, el impulso de correr y correr.
QUINTA SEMANA
Sentiré el agua en contacto con mi cuerpo. Al ducharme sentiré el agua fluyendo hacia abajo de mi cuerpo y me permitiré soltar las preocupaciones de mi mente y las tensiones de mi cuerpo entregándolas al fluir del agua.
SEXTA SEMANA
Entraré en contacto con los alimentos de mi desayuno, sintiendo su olor, sabor, colores, y masticándolos con las dos partes de mi boca hasta que se transformen en líquido, ofreciéndole este regalo a mi estómago para que no tenga que trabajar tan duramente (segregando una gran cantidad de ácidos para deshacer y digerir trozos enteros de materia).
SÉPTIMA SEMANA
Elegiré un pequeño recorrido de mi mañana (por ejemplo de la casa al trabajo; o dentro del trabajo, de un lugar a otro; o el camino hacia la compra, etc…) y seré consciente del desplazamiento de mi cuerpo en el espacio (está relajado, suelto, rígido, tensionado, flexible, duro…) ¿Qué parte de mi cuerpo está con más tensión? Descubriré tensiones que por haberse convertido en habituales pasan desapercibidas para mí.
Soltaré las tensiones descubiertas, centrando mi atención en esa parte de mi cuerpo.
Inspiro, sé que esta tensión está en mí.
Espiro, suelto, relajo la tensión en esta parte de mi cuerpo.
Intentaré que mi desplazamiento en el espacio se asemeje a una danza cósmica.
OCTAVA SEMANA
Pondré mi atención en mi forma de estar de pie: ¿mi cuerpo está relajado?, ¿el peso de mi cuerpo está repartido sobre los dos pies y sobre toda la superficie plantar por igual?, ¿mi columna está recta?, ¿mis hombros abiertos?, ¿mi cabeza es la continuación de mi columna?, ¿está mi cuerpo verdaderamente en equilibrio y relajado cada vez que estoy parado sobre mis dos pies?
El equilibrio y la relajación de mi cuerpo me llevará al equilibrio y la paz de mi mente.
Mis pies en contacto equilibrado con la tierra, mi cabeza con mi mente serena en contacto con el cielo.
NOVENA SEMANA
Subiré conscientemente todas las escaleras que encuentre en mi camino.
Inspiro, un escalón, un pie: «He llegado».
Espiro, otro escalón, otro pie: «Estoy en casa».
Llegar, ¿adónde? Llegar a mí mismo, a mi momento presente.
DÉCIMA SEMANA
Todos los semáforos en rojo y los pasos de cebra serán mis campanas de atención. Haré tres respiraciones profundas y conscientes.
Inspiro, siento la totalidad de mi cuerpo, incluso el gesto de mi cara.
Espiro, sonrío, relajo, suelto todo mi cuerpo.
Inspiro, siento mis emociones.
Espiro, sonrío y relajo mis emociones.
Inspiro, siento mi mente.
Espiro, sonrío y relajo mi mente.
Me instalo con ello en el “momento presente, momento maravilloso”. (Estoy vivo y camino por la tierra, ¡qué gran oportunidad!).
DECIMO PRIMERA SEMANA
Todos los sonidos de teléfonos, puertas, relojes, etc. serán mis campanas de atención (observaré el impulso que me lleva a coger mi teléfono automáticamente y con ansiedad a veces) y haré una respiración profunda y consciente antes de cogerlo.
Inspiro, sonrío a mi ansiedad.
Espiro, relajo todo mi ser.
Y después al colgar haré tres respiraciones profundas y conscientes (como en la semana 10ª).
DECIMO SEGUNDA SEMANA
Seré consciente de que los alimentos que ingiero forman mi propio cuerpo: mi sangre, mis tejidos, mis órganos, mi piel.
Haré consciencia de su calidad: ¿Llevan mucha química?, ¿son transgénicos?, ¿destruyen mi sistema inmunológico y como consecuencia me debilitan y me exponen a las enfermedades?
¿O Son ecológicos, frescos y llevan en ellos la energía directa del sol y me fortalecen, aportándome salud? Quizás, lo que creo que ahorro en una alimentación de baja calidad sea una ilusión y más tarde tenga que gastar mucho más en medicinas.
Voy a aprender a amarme a mí mismo ofreciéndome una alimentación de calidad y saludable, y voy a aprender a amar a los demás seres tratando de reducir el sufrimiento de otros seres con mi alimentación.
La práctica consiste en hacer tres respiraciones profundas para relajar nuestro estómago antes de comer cualquier alimento. Con ello le aportaré un extra de oxígeno tanto para facilitar la combustión de la digestión, como para cortar la energía de mis preocupaciones, relajando así mi mente y evitando “comer” las preocupaciones junto con los alimentos que ingiero. Seré consciente de su color, sabor, olor, forma, masticaré hasta convertirlos en líquido, soltaré la cuchara, tenedor, de vez en cuando sobre la mesa para practicar el no aferramiento a las cosas. Disfrutaré de este maravilloso regalo del universo sin prisas, sin automatismo.
Inspiro, llevo un extra de oxígeno a mi cuerpo.
Espiro, sonrío, relajo mi estómago, mi cuerpo, mi mente.
DECIMO TERCERA SEMANA
Intentaré tener muchos momentos de consciencia durante el día, y en cada momento sonreiré a todas las células de mi cuerpo, las llenaré de amor y gratitud, agradeciéndoles su armónico y solidario funcionamiento.
Inspiro, soy consciente de los millones de células de mi cuerpo.
Espiro, les sonrío a cada una de ellas y las lleno de amor y gratitud.
DECIMO CUARTA SEMANA
Todo lo que el universo nos proporciona para vivir: aire, alimentos sólidos y líquidos, impresiones sensoriales… son transformados en mi cuerpo y devueltos por mí al universo en forma de diferentes manifestaciones: materia de desecho sólida y líquida por una parte y una triple acción en forma de pensamientos, palabras y actos por otra. Estas tres últimas manifestaciones están sujetas a la ley del karma; la ley de causa y efecto. A la primera persona a la que afectan y sobre la cual actúan de forma inmediata es a la persona que las originó, que las creó. A ella pertenecen y llevan su marca. Tú creas tu propia atmósfera.
De la mente procede todo lo que se puede conocer. La mente es la raíz de todos los fenómenos. Debemos cuidar nuestra mente como si fuera el rey. Si actuamos con la mente corrompida el sufrimiento es el resultado, así como la rueda del carro sigue la pezuña del buey. Si nuestra mente está clara la felicidad es el resultado, tan es así como que nuestra sombra nos sigue a dondequiera que vayamos.
Un pensamiento correcto puede cambiar el mundo, una palabra es un pensamiento oculto manifestado, una acción. Son fuerzas, son energías, el mundo sale de aquí.
DECIMO QUINTA SEMANA
La palabra es un pensamiento oculto manifestado.
La palabra correcta te procura bienestar a ti y a los otros, en el cuerpo y en la mente. Tiene el poder de curar, de sanar.
Esta semana trabajaremos con las palabras. ¿Qué creo con mis palabras? Paz, amor, armonía, bienestar… o bien desarmonía, miedo, odio, malestar. ¿Son útiles mis palabras? ¿Salen del corazón? O solamente suponen un bla, bla, bla…, un desgaste automático de energía. ¿Cómo es mi tono, agradable o parezco un perro furioso?
Cada noche anotaré lo que he creado con la mayor parte de mis palabras.
DECIMO SEXTA SEMANA
Esta semana pararemos al menos tres veces al día el impulso automático de hablar. Cuando estemos con otras personas, cerraremos conscientemente nuestra boca y en lugar de hablar, respiraremos y sonreiremos, nos daremos cuenta de que no es tan importante dar siempre nuestra opinión sobre todas las cosas.
DECIMO SÉPTIMA SEMANA
Aprenderemos a escuchar cuando alguien nos hable, pararemos lo que estamos haciendo, miraremos a esa persona y en silencio le diremos: «Estoy aquí presente para ti, para escucharte». Centraremos nuestra atención en nuestra respiración, intentaremos reflejar nuestra mente, sin juzgar lo que estamos oyendo. Estaremos totalmente presentes para percibir a esa persona más allá de las palabras, en su totalidad. Dejaremos que se exprese totalmente, no la interrumpiremos. Quizás al final digamos o no alguna palabra que salga de nuestro corazón, no de nuestro intelecto.
DECIMO OCTAVA SEMANA
Haré consciencia de lo que escucho: ¿Me produce bienestar? ¿Me produce malestar? No me permitiré estar en conversaciones venenosas, o en aquellas en que hablan mal de otras personas. Tendré el valor de decir a los otros:
“¡No sigamos generando este veneno!” Intentaré que la compasión surja de ellos hacia ese ser.
DECIMO NOVENA SEMANA
Haré consciencia de mis juicios automáticos sobre todos y sobre todo, dándome cuenta de que no poseo datos suficientes y verdaderos para emitirlos sobre casi nadie y sobre casi nada.
Anotaré diariamente las veces que he emitido o pensado mi juicio automático.
VIGÉSIMA SEMANA
Seré consciente de mi identificación con todo lo exterior a mí y de cómo dejo en manos de los demás mi propia felicidad o sufrimiento.
Por ejemplo: me levanto, hace sol y me pongo contento; llueve y me pongo triste…
Cómo me afecta lo que creo que piensan los demás de mí, si me aceptan, no me aceptan, me quieren o no… Por ejemplo, si alguien en el trabajo, mi jefe, mi compañero, está enfadado y me contesta mal, creo que es por mi culpa y sufro, y quizás sólo ha tenido una mala noche. O por el contrario, cuando alguien me halaga y dice cosas bellas de mí, me siento feliz.
Anotaré diariamente mis identificaciones con lo exterior a mí y lo que esas identificaciones me producen al dejarme llevar como una hoja que arrastra el viento.
VIGÉSIMO PRIMERA SEMANA
Tomaré consciencia y anotaré diariamente, identificaré y reconoceré aquellos pensamientos que ocupan la mayor parte del tiempo en mi mente, y simplemente a su lado escribiré: me produce bienestar, me produce malestar…
¿Qué alimento me doy yo a mí mismo a través de mi mente? ¿Me construyo, me destruyo, me acepto, me culpo, me juzgo, me doy alegría, tristeza, me comprendo y me amo, me desprecio y me odio…me proporciono paz, ansiedad, felicidad, sufrimiento…?
VIGÉSIMO SEGUNDA SEMANA
Esta semana me comprometo a crear al menos tres veces al día las condiciones necesarias para darme a mí mismo alegría y felicidad.
En mi mente pensaré la mayor parte del día pensamientos que me produzcan bienestar, alegría (tengo unos ojos que me permiten ver las maravillas de la vida, unos pies que me permiten desplazarme libremente por el espacio, etc…).
Soy muy afortunado: para un ciego su mayor alegría sería poder ver, para un paralítico poder caminar.
Haré al menos un acto diario que me produzca alegría; llamaré por teléfono a un amigo, veré el atardecer, iré a ver a mi madre… iré a ver una buena película, compraré la planta de la alegría, regaré las plantas hablando cariñosamente con ellas, etc… Y a la noche anotaré estos actos, y si no he hecho ningún acto que me dé alegría, me diré cosas bellas, reales, a mí mismo.
VIGÉSIMO TERCERA SEMANA
Esta semana me comprometo a dar la menor energía posible a los pensamientos que me producen malestar, manteniéndolos el menor tiempo posible en mi mente. Les diré cada vez que aparezcan: «¡Hola! ¡Otra vez aquí! Ya te conozco, te sonrío y te dejo partir, sigue tu camino». Y me centraré en sentir mi respiración, cambiaré ese pensamiento por otro que me dé alegría. (Es como cambiar un c.d. que no nos gusta por otro más agradable).
VIGÉSIMO CUARTA SEMANA
Tomaré consciencia de la aceptación: ¿Me comprendo, me acepto y me amo a mí mismo como soy? Consciente de que hay muchas cosas que aún debo transformar, escribiré en una lista las cosas que vaya descubriendo que me gustan de mí, y en otra lista, las cosas que me gustaría transformar. ¿Me comprendo, me sonrío a mí mismo y me permito fluir como un bello río? ¿Comprendo, acepto y permito fluir a los otros seres que me rodean como son? O, ¿deseo que sean sólo como yo quiero que sean y si no es así me enfado? Anotaré todos los enfados que tengo durante cada día por este motivo. ¿Comprendo y acepto las leyes de la naturaleza de nacimiento, madurez, vejez y muerte en mí mismo y en los seres que amo?
VIGÉSIMO QUINTA SEMANA
Ser consciente de cualquier formación mental (ira, miedo, alegría, depresión, ansiedad…). Cada dos semanas elegiremos una para estudiarla y observarla en nosotros, elegiremos la que más nos hace sufrir. Estar muy atentos a nuestra respiración mientras ob-servamos cómo surge, se mantiene y se desvanece, no para reprimirla o ahuyentarla sino para cuidarla.
La identificaremos, la reconoceremos llamándola por su nombre (hola, ira…) en el mismo instante en que comienza a manifestarse. Nos concentraremos profundamente en ese instante.
Como ejemplo, vamos a estudiar la ira. Cuando surge podemos concentrarnos en la respiración. Evitaremos reaccionar contra la persona que creemos que es la causa de nuestra ira (porque las raíces de nuestra ira están en nosotros).
Sea lo que fuese lo que nos está enfureciendo, tenderemos a poner toda nuestra atención en ello y, al igual que un bombero, hemos de echar agua al fuego inmediatamente y no malgastar el tiempo buscando a la persona que encendió el fuego. No hablar, no escuchar, no hacer nada en absoluto, sino solo concentrar nuestra mente en sentir y seguir nuestra respiración.
a) Identificarla, reconocerla, abrazarla con la Plena Consciencia.
Inspiro, sé que estoy furioso, que hay ira en mí.
Espiro, sé que he de hacerme cargo de mi ira.
Inspiro, sé que la energía de la ira está en mí.
Espiro, calmo, abrazo mi ira.
b) Concentrarnos sobre la Formación Mental que está presente.
c) ¿Cómo ha venido?
¿Qué causas la han originado?
¿Cuáles son sus raíces?
¿Qué alimentos la nutren?
Cuatro clases de alimentos:
1. Comida, bebida.
2. Impresiones sensoriales
3. Deseo profundo, ver si es o no sano
4. Conciencia-mente
Deseo profundo: corremos detrás de aquello que creemos que nos hará felices…Queremos ser alguien…obtener algo (una casa, un coche, pareja, etc…). Sientes que estás incompleto y corres y corres detrás de algo…pero todo ya está aquí, porque ERES lo que quieres ser… ya ERES. La plenitud es posible cuando dejas de correr… Tienes todo el cosmos en ti, mira tu propio cuerpo.
Escribiremos todo lo que vamos descubriendo que alimenta nuestra ira, con el propósito de alimentarla cada vez menos, todo aquello que no se alimenta muere.
Si la Formación Mental nos da alegría y felicidad, la mantendremos con nosotros el mayor tiempo posible, y la alimentaremos para que crezca.
Si la Formación Mental nos da malestar, sufrimiento, dejaremos de proporcionarle los alimentos que la nutren.
Queridos amigos, os deseo una feliz práctica y que a través de ella obtengamos los frutos de la comprensión, la compasión, la paz y la felicidad para nutrirnos de ellas y ofrecerlas al mundo en cada uno de nuestros pasos como verdaderos activistas por un mundo más feliz y en paz.
Como dice nuestro amado y venerable Maestro Thay:
No hay camino hacia la felicidad.
La felicidad es el camino.
Thich Nhat Hanh
http://senderodelmago.blogspot.com.ar/2011/06/manual-para-la-plena-consciencia.html
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