Es crucial que interiorices lo siguiente: para la mente –la tuya, la de cualquiera– siempre hay algo que va mal. No puede evitarlo: para ella todo está torcido. Y no porque realmente lo esté, sino porque es la manera de proceder y procesar de la mente cuando se le usa para vivir, ver y entender la vida. Igual que cuando introduces algo recto en un vaso de cristal con agua clara, como una paja de las que se usan para tomar zumos y refrescos: ¿cómo la verás una vez dentro del agua? Inevitablemente, torcida. Por supuesto que la paja no se ha doblado, se mantiene recta. Sin embargo, el efecto óptico hará que tus ojos la vean torcida. Si sacas la paja del vaso de agua, podrás comprobarlo. Pero en cuanto vuelvas a introducirla en él, de nuevo se producirá la ilusión óptica, la distorsión de la realidad, y la percibirás torcida. Pues bien, exactamente así funciona la mente cuando contempla la vida y su devenir, cuando las usas para vivir, ver y entender la vida: para la mente siempre hay algo que va mal, para ella todo está torcido.
Y en directa relación con lo anterior, la mente computa y valora todo como pugna de opuestos, jamás en clave de unidad. Todo lo percibe como un conflicto y permanece continuamente dividida, en la dualidad y la confrontación entre extremos. La propia naturaleza de la mente es así: solo es capaz de ver a través del choque entre opuestos y el contraste. Por ejemplo, la mente solo se percata de la salud a través de la enfermedad. Puede que estés sano, pero si utilizas la mente para ver y entender la vida, no te darás cuenta: no lo vivenciarás, no lo insertarás en tu cotidianeidad desde el gozo por esa salud y el disfrute de estar sano. Tu mente no computa la salud, no la valora… ¡salvo cuando caes enfermo! Entonces sí, en cuanto sufras una enfermedad, por leve que sea, la mente se acordará de la salud y desearás tenerla; hasta rezarás por ella a un dios inventado por esa misma mente. Pero nada, en cuanto vuelvas a sanar, olvidarás lo importante que es la salud y dejarás de valorarla en tu día a día.
Es por esto que la mente no “saca jugo” para tu evolución consciencial de las experiencias amorosas y armoniosas, porque no las computa. Tiene que aparecer la enfermedad, la desarmonía o el desamor para que sientas y percibas mentalmente la experiencia y, a partir de ahí, incida en tu proceso consciencial y valores la salud, la armonía, el amor… La canción El Elegido, del cantautor cubano Silvio Rodríguez, lo plasma muy certeramente cuando habla de un ser de otro mundo, que iba de planeta en planeta, y al bajar a la Tierra se percata inmediatamente de que aquí “lo tremendo se aprende enseguida y lo hermoso cuesta la vida”.
La mente es potentísima y ofrece un extenso y variado menú de prestaciones relacionadas con la comunicación (hablar, escribir, interactuar con los demás), la programación (hacer la agenda, planificar actuaciones…), la creación intelectual y un amplio etcétera. Pero sirve para lo que sirve y fuera de su campo de acción carece de utilidad. No se le pueden pedir peras al olmo. Muy especialmente, la mente no vale para captar y ver la vida, ni para entenderla ni vivirla, ni para tomar consciencia de la realidad, de lo que es. Sin embargo, las personas se han habituado a delegar en la mente estos cometidos. A partir de lo cual acontece lo inevitable: por un lado, ven la vida torcida y en todo un conflicto; y, por otro, al operar la mente con los opuestos y los contrastes, están abocadas a tomar consciencia e impulsar su dinámica y proceso consciencial no desde la vivencia de experiencias de gozo y armonía, sino desde lo tremendo, desde el sufrimiento, desde las “noches oscuras” cuyo papel describió inefablemente San Juan de la Cruz en su poema del mismo nombre.
La mente computa la vida y la interpreta con base en el conflicto y los opuestos. Pero así se falsifica la existencia, porque en esta no existe el “opuesto”. La existencia es unitaria: mejor expresado aún, es no-dual. Esto es lo real: la vida es una, no dos; la mente es dualista. La vida no tiene preferencias, no hace elecciones, pues en ella no hay opuestos entre los que elegir. En cambio, la esencia de la mente es elegir (preferir esto a aquello, juzgar la vida, verter opiniones a favor y en contra…) porque opera en una dualidad ficticia e imaginada. Por tanto, si continúas viviendo a través de la mente –optando, eligiendo, juzgando, opinando…– nunca contemplarás la vida tal cual es, nunca verás la realidad… y sufrirás. No obstante, en libre albedrío, estás en tu derecho de continuar usando la mente para funciones que no le corresponden. Allá tú, pero después no te quejes, ya que el sufrimiento será el resultado ineludible… Eso sí, tienes que darte cuenta de todo esto por experiencia propia, no como una teoría. Cuando lo experimentes y lo entiendas, se convertirá en verdad y te desprenderás de la mente.
El ego se percibe a sí mismo contra la vida, contra la Humanidad, contra el Cosmos, contra la Creación, contra el resto de lo que existe, que, en su labor como piloto automático, mira y aprecia cual amenaza. Es una monumental locura que aún se hace mayor debido a que el ego también necesita el mundo que le rodea para colmar sus aspiraciones, sus anhelos, sus deseos de satisfacción. El ego –y los seres humanos que con él se identifican– pasa sus días en una terrible pugna contra la vida –contra el aquí y ahora, que es lo único real y la vida misma–. Y agudiza todavía más semejante disputa cuando, al unísono, necesita de ese mundo que percibe como una amenaza y en el que siempre encuentra algo que va mal.
Viejo hábito
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Nuevo hábito
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Mantenerte en un estado permanente de queja mental, sin que nada te parezca bastante, hallando defectos hasta en lo más placentero o deseado, creyendo que siempre hay algo en tu vida y el mundo que va mal y queriendo imponer a la realidad juicios, criterios y opiniones que, curiosamente, no son tuyos, sino que emanan del funcionamiento autónomo de la mente, de sus pensamientos-pestañeo, y del ego.
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Percatarte de que el problema no es la vida, sino tú, y que nada va mal ni en tu vida ni en el mundo: todo es exactamente como tiene que ser, todo encaja, todo tiene su porqué y para qué, nada sobra ni falta… Tú eres lo único que estaba inquieto, separado por la mente de la realidad, a disgusto con ella y en lucha contra ella.
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