Si observamos cuidadosamente la sensación del «yo interior» y del «mundo exterior», descubriremos que estas dos sensaciones son realmente uno y el mismo sentimiento. Nuestro problema consiste en que tenemos tres expresiones -«quien ve», «el acto de ver» y «lo visto»- para una única actividad, la experiencia de ver, tres factores donde en realidad no hay más que uno.
La conciencia de unidad es el eterno presente porque es intemporal. El tiempo es una ilusión producida por una demarcación simbólica que nos impide llegar a Dios, al Todo, a la conciencia de unidad. No existe ni el pasado ni el futuro, existe un eterno presente. Y esto es precisamente otra demarcación de la identidad: la distinción entre pasado y futuro, ya que limitan a la identidad haciéndola vivir en un presente pasajero.
Y las fronteras desaparecen cuando nos percibimos de que los recuerdos y nuestras expectativas futuras son actividades presentes. Por eso no hay que destruir el tiempo, sino buscarlo, y cuando no lo hallemos nos daremos cuenta que es una ilusión. Por eso es que Wilber dice que el presente es un momento sin límites espaciales o temporales y por eso los místicos abrazan al tiempo en su totalidad. Entonces, la conciencia de la unidad es el ahora eterno. Uno no tiene experiencias presentes, uno es las experiencias presentes. No hay delante de uno ni detrás. Y uno no tiene donde quedarse, a no ser en el presente intemporal, en la eternidad.
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